Un final glorioso

Un principio bíblico que ocupa mis pensamientos es: “Dios siempre tiene preparado un final glorioso para los que le temen”.

La Biblia nos cuenta de personas a quienes Dios les dio un final pleno en la vida. Personas que después de mucho sufrimiento fueron redimidas de su dolor y se les permitió gozar de días espectaculares en el ocaso de la vida.

Una mujer, su marido y sus dos hijos se mudaron a los campos de Moab en busca de un futuro mejor. Esos sueños se desvanecieron cuando Elimelec, el marido, murió. La mujer siguió adelante y recobró la esperanza de tener descendientes, pues sus hijos se casaron allí. Pero luego de diez años, la vida se le derrumbó por completo cuando ellos también murieron. Era el final de toda esperanza. 

 Dios, conociendo que Noemí era una mujer que aceptaba Su soberanía, tenía preparado un final glorioso para ella. Le proveyó una nuera fiel y amorosa que nunca la dejó sola, y que la siguió de regreso a su tierra. Rut fue una compañera de angustias y el instrumento de redención para ella. Porque Booz fue el pariente que la redimió al casarse con Rut. Cuando nació el hijo de Rut lo llamaron hijo de Noemí. Su nombre fue Obed (siervo de Dios), fue nada más y nada menos que el abuelo del rey David. Extraordinario final el que Dios le dio. Extraordinario legado le dejó a la humanidad siendo partícipe del linaje de Cristo (Libro de Rut).

Un hombre justo y piadoso como pocos sufrió muchos males por la intervención diabólica, con el permiso divino. Luego de sus angustias, Dios le regaló un final glorioso. Fue el doble de rico. Tuvo más hijos y fue más consciente del poder soberano de Dios. Declaró que antes conocía cosas que le contaban acerca de Dios, pero que ahora él mismo lo pudo ver (Libro de Job).

Pienso en una viuda que iba a enterrar a su único hijo. Jesús detuvo el cortejo y tocando el féretro resucitó al muchacho. Qué final glorioso para esa mujer que estaba totalmente perdida y desamparada (Lucas 7:11-15).

También, pienso en la Iglesia y las angustiosas luchas que enfrentamos contra el Diablo, el mundo y el pecado. Qué final glorioso nos espera. Seremos transformados en un instante, en un abrir y cerrar de ojos. Lo corruptible será vestido de incorrupción y lo mortal de inmortalidad. La muerte nunca más podrá retenernos. Descansaremos felices y dichosos los que morimos en el Señor. Seremos por completo libres de angustias, de dolores y de llantos en la mismísima presencia eterna de Dios. Experimentaremos gozo y plenitud sin límites, pues seremos protagonistas de las bodas del Cordero. ¡Aleluya!

En tiempos difíciles, nunca nos olvidemos de que el Señor tiene un final glorioso para nosotros, sus hijos.

¡¡Buena semana!!

Pr. Carlos N. Ibarra

 

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