Una de las emociones más fuertes que solemos padecer es la aflicción.  Es una tristeza mezclada con frustración y desilusión, condimentada con una pisca de enojo.  Nos aprieta el alma, nos cautiva en un estado de pesadumbres y hace miserable y abrumadora la existencia. 

La aflicción llega por la pérdida de un ser querido.  O por algún desfasaje económico.  O por la culpa de un error grave que cometimos.  O por la falta de algo que deseamos con ansias.  O por el dolor de que las cosas no salen como queremos.

Cada una de estas -o varia de ellas- pueden apretar el alma de tal manera que sentimos que no podemos seguir.  

Es allí donde la Palabra cobra relevancia.  Es allí donde debemos ordenar bajo la unción del Espíritu Santo que se nos de gozo en lugar de luto, gloria en lugar de cenizas, manto de alegría en lugar de espíritu angustiado.  

Hoy te invito a rechazar y renunciar a todo aquello que te entristece.  La aflicción no es nuestro lugar de destino, es solo un estado pasajero.  Su gloria es nuestra habitación.  No dejes que la aflicción, el luto y la angustia puedan con vos.  La orden divina es gozo, alegría y gloria sobre tu vida.

La venganza de Dios sigue siendo consolar a todos los enlutados para que sean llamados árboles de justicia, plantío de Jehová para gloria suya.  

 

Pr. Carlos N. Ibarra

 

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